El 4 de Diciembre es una fecha de hondo significado histórico para Andalucía. El 4D de 1977 cientos de miles de andaluzas y andaluces salieron a las calles, en nuestras ciudades y pueblos, y también desde la emigración, para exigir autogobierno. El pueblo trabajador andaluz se rebelaba así contra el papel subalterno que se pretendía asignar a nuestra tierra desde los despachos de Madrid en que los partidos políticos estaban negociando la constitución que habría de inaugurar la segunda restauración borbónica.
El 4D es también el recuerdo de cómo se desarticuló y desactivó esa aspiración andaluza a un verdadero autogobierno, hasta convertirla en una autonomía amaestrada, contenida en un Estatuto, de palabras e intenciones vacías, instrumento para frenar nuestra legítima aspiración de poder resolver por nosotros mismos la dependencia económica, la subordinación política y la apropiación y desactivación de nuestra cultura.
Para las andaluzas y los andaluces de conciencia, el 4D es una fecha simbólica, un hito que nos hace recordar que tuvimos esa aspiración, pero también una fecha para indicar que no olvidamos ni nos resignamos.
Por eso, hoy 4D, el pueblo andaluz sale a la calle a reclamar soberanía y autogobierno porque nuestros problemas, después de 42 años de muy limitada “autonomía”, continúan siendo los de un país dependiente y subalterno.
Nuestro territorio continúa siendo esquilmado y nuestros recursos expropiados por la voracidad de los grandes intereses económicos globales, con la complicidad de quienes gobiernan la Junta. Mientras tratan de vendernos el mantra del que llaman desarrollo sostenible, esa oligarquía depredadora destruye nuestro patrimonio natural y cultural, convertido en mero recurso al servicio de la ganancia de unos pocos, mientras que para el pueblo andaluz se genera paro, miseria, precariedad, pobreza, sufrimiento y ausencia de futuro.
Los ejemplos del modelo económico extractivista que nos han impuesto son abundantes. Y sus efectos evidentes. Sirva como referente la situación crítica que vive Doñana, a la que se quiere convertir en un gigantesco depósito de gas sin tener en cuenta que es una Reserva de la Biosfera y un espacio de riesgo de terremotos y tsunamis.
Otro ataque permanente a nuestra soberanía territorial se encuentra en las bases militares de Rota y Morón, convertidas en plataformas para la agresión a los pueblos de Oriente Próximo y de África, lo que contradice nuestra cultura de la paz y pone a Andalucía y al pueblo andaluz en el punto de mira de posibles ataques de represalia. Siendo una tierra de Paz, quieren convertirnos en una tierra de muerte.
Igualmente, la Unión Europea socava nuestra soberanía política y económica: desde Bruselas se impuso la desindustrialización de nuestra tierra y el modelo de agricultura para la exportación y el turismo que padecemos hoy, perpetuando a cientos de miles andaluces como temporeros de ambos sectores.
Nuestras fronteras en el sur se han convertido en muros electrificados, con los que se pretende repeler a otros seres humanos. Convertidos en gendarmes de Europa, se nos pretende usar como colaboradores activos del ataque sistemático a los derechos humanos.
De este modo, Andalucía ha llegado a ser un territorio ocupado, fortificado y militarizado, al servicio de los intereses geopolíticos y estratégicos imperialistas y de las grandes corporaciones empresariales, especialmente de la industria de la guerra.
Y mientras tanto, el pueblo andaluz vive una realidad cada día más dura, como consecuencia de ser el Sur de todos los sures de Europa. El paro estructural, con índices insoportables entre la población joven, los altos índices de precariedad laboral, con especial incidencia en las mujeres, el nivel de pobreza entre la población infantil, los desahucios, el deterioro de los servicios públicos, particularmente de la sanidad, la educación y los servicios sociales, configuran un marco de violencia económica, social y política, que nuestro pueblo sufre y en el que se encuentra inerme.
Digamos ¡basta! este 4 de Diciembre, exijamos y construyamos una salida real a todos nuestros problemas. Una salida que debe ser construida entre todas y todos, porque no hay recetas mágicas ni atajos; una salida que pasa necesariamente por reclamar y exigir soberanía, es decir, nuestro derecho como pueblo a decidir libremente, en todos los ámbitos de la vida: político, económico, social y cultural. Reclamamos la soberanía sobre el territorio, la soberanía alimentaria, la soberanía energética, la soberanía para reafirmar y desplegar creativamente nuestra cultura, la soberanía para poder acoger a otras gentes y garantizar para todas las personas los derechos humanos. Es esta la soberanía que queremos conquistar y que sólo es posible mediante la soberanía política, dotándonos de los instrumentos necesarios para avanzar hacia una sociedad más igualitaria, justa y en armonía con la Naturaleza; hacia una Andalucía Libre formada por mujeres y hombres libres. Es esta la única herramienta que nos permitirá articularnos como pueblo, volver a aspirar a ser un pueblo de hombres y mujeres alegres y felices, superando la descripción dolorosa que hiciera Blas Infante de Andalucía como “la tierra más alegre con los hombres (y mujeres) más tristes del mundo”.
Reclamemos que no estamos dispuestos a seguir siendo hombres y mujeres entristecidas, trabajadores y trabajadoras disciplinadas por el paro y la precariedad, sumisas por un régimen político que pretende identificar los intereses de una minoría parasitaria con los intereses de todo un pueblo. Pongámonos en pie para emprender el camino de nuestra emancipación política, social, económica y cultural, que pasa, necesariamente, por romper el marco actual de relaciones de subalternidad política, dependencia económica y alienación cultural. Pongamos en marcha un proceso constituyente, que alumbre un nuevo poder de las clases populares y los pueblos, que reconozca el derecho a decidir de forma efectiva. El papel de Andalucía es decisivo para abrir este proceso democrático y popular que supere el Régimen del 78 y la monarquía y acabe con el dominio del gran capital transnacional ejercido a través de la UE y la OTAN.
El pueblo andaluz precisa de la confluencia de los movimientos sociales, de las organizaciones políticas, de los sindicatos de clase, de las asociaciones ciudadanas y de todas las personas que apuesten por transformar radicalmente el sistema, y no legitimarlo con la creencia ilusoria de que bastaría con ser levemente corregido. No nos engañemos: los problemas que nos aquejan son los propios de una nación dependiente y sometida a un proceso de neocolonización; de un pueblo que, en buena parte, ha dejado de tener conciencia de tal.
A estas alturas de nuestra historia, las andaluzas y los andaluces de conciencia sabemos qué queremos y cómo alcanzarlo. Queremos una Andalucía concienciada, que trabaje para su presente y mire al futuro con ilusión y esperanza. Que plantee alternativas al actual falso desarrollo; alternativas basadas en una economía y una cultura para la vida, respetuosas con la Naturaleza y cimentadas en unas relaciones sociales radicalmente democráticas.
Queremos una Andalucía no ensimismada pero que se piense y actúe por sí y para sí y en solidaridad con todos los pueblos. Para ello, se requiere mucho más que la acción de un partido político o ganar unas elecciones. Se requiere la acción de un pueblo. Necesitamos construir un poder popular andaluz, en todos los ámbitos, que haga posible una Andalucía Libre formada por mujeres y hombres libres.